Jaime Montoya
Supiste desde niña de trabajo
tus manos amasaron sin querer,
el dolor que conlleva la pobreza
y la lucha diaria por vivir.
Así fue como tú encontraste al Señor
en lo cotidiano de tu trabajar,
bordaste al corazón la vida oculta de Jesús,
encarnado en el taller de Nazareth.
Entre el silencio y la esperanza
estabas tú, siempre fiel
de un Dios que compadece a los humildes
trabajando y compartiendo su sudor.
Entre el silencio y la esperanza
estabas tú, siempre fiel
con el corazón dispuesto al perdón
y al trabajo como herencia del Señor.
Alumbraste una nueva esperanza
“apostar por la mujer en su labor,
llevándola a una vida digna,
sacándola de la marginación.”
Todo tu corazón guardaba sin hablar
una cruz que tu cargabas sin razón,
y el tiempo se encargó de darte tu lugar,
tu lugar en el trabajo y la oración.
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