Eduardo Salas A.
En las entrañas de un vientre fértil,
Dios me arrullaste y me acariciaste,
amor de madre, me fuiste formando,
y en tu regazo aprendí a querer.
Y me llamaste, Señor, me dejé caer,
y me formaste, alfarero, me restauraste,
con voz de niño, con miedo, con fe,
te digo que sí, quiero ser parte de ti.
Soy vicentino
que busca en el pobre el amor de su Dios,
por los caminos
anuncio su amor, su justicia y su paz,
soy un heraldo
que anuncia a su rey, a su Dios y Señor,
nos ha amado, nos ha liberado,
nos quiere dignos, nos quiere humanos.
Entre los pobres levantas tu casa,
entre sus voces nos llamas sin pausa,
que no haya llanto en la casa del pobre,
que no haya olvido, que no falte el pan.
Iré llevando tu voz, no claudicaré,
corazón tierno, amante, incondicional,
no más ultrajes que hieren al hombre,
y a cada mujer, ya no más humillación.
En cada herida aparece el desdén,
en tu agonía descubro el desprecio,
la soledad que encadena a tu alma,
la indolencia que ignora tu mal.
Quiero sanar tus heridas, servirte así,
rostro de obrero, de jornalera, de campesino,
quiero en tu suerte vivir mi pasión,
quiero hacer el bien, quiero hacerte vivir.
miércoles, 17 de septiembre de 2008
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